jueves, 12 de julio de 2012

BAILADERO DE ANAGA, LA CUNA DE LAS BRUJAS (TENERIFE)


Nos adentramos en el interior de la isla de Tenerife, en las entrañas del distrito capitalino de Anaga, un lugar que por su geografía singular al tratarse de un macizo montañoso, ha provocado que la escasa población se encuentre dispersada en pequeós núcleos centralizados, siendo el resto del territorio una densa minicordillera montañosa, rica en flora y fauna autóctona que dota al lugar de una identidad propia, icónica y singular. Este iconismo aflora desde tiempos inmemorables, ya que se conoce que los antiguos guanches de Tenerife rendían culto a la naturaleza en la "columna vertebral" que forma el monte de Anaga, como si fueran capaces de sentir el flujo de energías provenientes de la tierra, que los sacerdotes y hechiceros beneraban en sus rituales de culto. Ésta característica no pasó desapercibida tras la cristianización de las islas, ya que, como ocurría en otros lugares de Canarias (como el bailadero de las brujas del Hierro o el parque de las brujas en la finca de Osorio en Gran Canaria ) decenas de practicantes del ocultismo y brujería arrivaban a nuestras orillas en busca de lugares imbuídos en misterio para llevar a cabo sus tiruales oscuros.


Un lugar que sucumbió a dichas costumbres fué el Bailadero de Anaga, situado en la cumbre situada entre el dorsal de San Andrés y Taganana. Dicha zona era frecuentada en antaño por rituales aborígenes, de los cuáles recogieron su testigo las conocidas como brujas de posteriores años, llevando a cabo en su interior aquelarres brujeriles y orgías oscuras, siempre según la creencia popular.



Dicha creencia y leyendas urbanas comentan que, las llamadas brujas de Anaga, ataviadas con largos y densos ropajes negros, ascendían hasta la llanura superior, adentrándose en el espesor de los árboles, desde donde se escuchaban a lo largo de las mas frías y oscuras noches el susurrar de cantos oscuros y paganos, acompañados por coros de seguidores que participaban en los aquelarres brujeriles que organizaban alrededor del fuego, que con un intenso brillo fátuo dejaba adivinar el vaivén de las sombras de cuerpos que danzaban y bailaban alrededor del calor, naciendo de ahí el sobrenombre de "bailadero de las brujas". Varios "testimonios" sin recoger verídicamente en el tiempo, hablan de que muchos de éstos aquelarres acababan con la procesión maldita del descenso de las brujas desnudas hasta la orilla, con el fin de bañarse en la costa como fin de sus rituales mas oscuros.


Si bien se ha hablado largo y tendido a lo largo de los años sobre los acontecimientos que se llevaban a cabo en éste lugar, tanto por los lugareños y habitantes de los pueblos colindantes como del resto de tinerfeños en general, que le atribuyen una índole oscura y brujeril, nunca se ha llegado a conocer que en lugar se diera el caso de rituales de sacrificios animales, o incluso humanos como bien datan de otras zonas del territorio canario, por lo que se extrae que los acontecimientos y aquelarres tenían unas raíces orientadas hacia ritos sexuales y paganos hacia la naturaleza.
Aún así, hay que tener en cuenta que siempre que se hable de brujas existe la posibilidad de que efectivamente en los bailaderos se pudieron llevar a cabo prácticas brujeriles, pero tampoco debemos olvidar que a menudo son tachados de brujería algunos ritos «paganos» de difícil comprensión para una mentalidad fuertemente influenciada por la religión católica de otras épocas. Por el contrario, muchas de estas costumbres representan en realidad verdaderas «joyas» desde el punto de vista etnográfico ya que han pervivido casi hasta nuestros días y su origen se pierde en la oscura noche de los tiempos



A pesar de ésto último, existen diversos legajos en el tiempo que nos animan a pensar que en éste lugar en concreto si pudo existir un verdadero "hervidero" de actos brujeriles en su época, ya que éstas historias sobre el Bailadero de las brujas en Anaga no sólo han llegado a nuestros días por medio del boca a boca durante generaciones, ya que además del saber popular, han habido cronistas de la época que recogían sus testimonios sobre los acontecimientos en sus obras

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