domingo, 22 de julio de 2012

CUADROS MILAGREROS Y VÍRGENES NEGRAS (LA GOMERA - CANARIAS)

Nuestro punto de partida es la capital de la isla, San Sebastián de La Gomera. Allí se encuentran la Torre del Conde, construida por el conquistador Hernán Peraza hacia el año 1450 y considerada la edificación militar más importante del archipiélago; la Casa y el Pozo de la Aguada, donde se abasteció Colón (sede en la actualidad de la Oficina Insular de Turismo); el Museo Casa de Colón, que alberga una interesante colección de piezas precolombinas pertenecientes a la cultura chimón, y el Museo Arqueológico de la ciudad. 


Muy cerca de este último se alza la iglesia de la Asunción, edificada sobre los restos de la ermita en la que, según la tradición, rezó el Almirante y que acoge un cuadro muy singular. Se trata de una pintura situada en la nave derecha del templo que representa a San Ramón Nonato y a cuyo pie figura una leyenda que relata la “milagrosa” exudación que padeció el santo durante más de un mes: desde el 12 de noviembre de 1765 hasta el 13 de diciembre del mismo año. Del portento que conmocionó a la isla apenas existen más datos, salvo la certeza de que se produjo con motivo de alguna epidemia que asoló la zona y de que desde entonces la pintura tiene fama curanderil y protectora.


Pero la iglesia de la Asunción nos depara otra sorpresa. El recinto alberga una curiosa imagen mariana, venerada como Virgen de la Salud, que durante mucho tiempo recibió culto en la ermita de las Nieves, levantada, como tantas otras, sobre un viejo santuario aborigen. Tal y como pusieron de manifiesto investigadores como David Suárez Dorta, del Instituto de Estudios Colombinos, se trata de una figura de estilo gótico de una virgen negra que podría ser, incluso, una representación de la Virgen de Candelaria, dado su parecido con la imagen –también negra– conservada en el municipio tinerfeño de Adeje.


La virgen gomera alimenta así el debate sobre la llegada y la estancia de caballeros templarios a Canarias. Su último representante podría haber sido el mismísimo Colón, cuyas carabelas lucieron la cruz templaria. La talla podría haber sido traída por el genovés a la isla o constituir una “pista” con la que sus predecesores marcaron la ruta hacia América.




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